Cuando uno se plantea el asunto de la teoría de la relatividad – algo que en la mayoría de los casos dura hasta que se intenta comprender lo de los trenes – tiende a representarse mentalmente a Einstein recorriendo entusiasmado la inmensa pizarra de una prestigiosa universidad ante el asombro de quinientos o seiscientos alumnos a los que salpica con el polvo de la tiza. Nada más lejos de la realidad. Cuando en el año 1905 Albert Einstein presenta su teoría de la relatividad no estaba dando clases ni siquiera como profesor asociado en una universidad pública o privada. Era un auxiliar administrativo, un simple auxiliar administrativo, que trabajaba en una oficina de patentes en Berna. Así que si algún día deambula quien me lee por alguna Universidad española que no busque a Einstein entre el equipo docente incluyendo eméritos pues seguramente está o en Conserjería o en Secretaría. Para que luego digan.